lunes, 14 de octubre de 2013

En defensa del cine español


Parece inevitable volver a escribir sobre la situación del cine español (o mejor, de la industria cinematográfica española) después de algunas declaraciones poco afortunadas del estamento político. La reacción de la Academia de Cine ha sido contundente y ha obligado a una justa rectificación. Bienvenida sea.

Sobre el cine español circulan verdades y mentiras, que los medios propagan y que en el acervo popular han llegado a cristalizar en clichés. Algunas de estas mentiras han sido agudamente rebatidas, aunque todo admite contrarréplica o posteriores matizaciones, dependiendo de la óptica de la que se mire. De igual modo, no han faltado análisis certeros sobre el difícil cometido del ICAA en la actual coyuntura económica. Y en ocasiones, se echa en falta también un poco de sentido de mayor autocrítica dentro del sector.

No es fácil debatir pacíficamente sobre este tema en un país donde sigue primando la óptica ideológica, y donde toda cuestión en materia social o cultural –desde la educación a la sanidad, pasando por la cultura e incluso el deporte– tiende a politizarse. En cualquier caso, aprovecharé la ocasión para defender la calidad de nuestro cine y la necesidad de articular mecanismos públicos y privados que permitan su viabilidad.

Cine, industria y cultura

El cine es cultura y es industria. Así lo vemos con claridad en Europa, y también en Estados Unidos, aunque allá este enunciado se expresaría a la inversa. En el fondo, el orden de factores no altera el producto, aunque sí otorga una mentalidad distinta a la hora de afrontar los problemas. En aquel lado del Atlántico siempre se ha visto claro que detrás del éxito de las películas de Hollywood venían no sólo la difusión de la propia identidad cultural (the American Way of Life) sino también el aumento de la exportación de productos autóctonos (desde la coca-cola a los jeans). Por ello mismo, el productor Walter Wanger definía al cine –allá por 1939– como el mejor y más eficaz embajador. En nuestro caso, el cine difícilmente ha supuesto un aumento de las ventas internacionales de productos “made in Spain”, pero contribuye de manera significativa a revalorizar la “marca España”.

En Europa la cultura ha sido siempre objeto de protección –a veces desmesurada– por parte del poder político. En el caso concreto del cine, se ha magnificado su dimensión cultural en detrimento de la industrial. Prueba de ello ha sido el desequilibrio entre el fomento de políticas de ayudas directas y las indirectas (como la desgravación fiscal). Nuestros vecinos europeos (Francia, Alemania, Reino Unido) han reaccionado de modo más inteligente y han corregido esta disparidad, combinando las ayudas directas con una generosa desgravación fiscal (entre el 20% y el 40%). Además, en Francia se ha aprobado recientemente la reducción del IVA del cine en dos puntos (del 7% al 5%), en un momento en que el resto de IVA ha subido. ¿Por qué? Porque como bien afirma la recién nombrada directora de Unifrance (organismo que promueve el cine francés fuera de Francia), el cine en su país es una cuestión de Estado, porque la cultura lo es.

En España, seguimos dando palos de ciego, o más bien poniendo bozal al buey que trilla. El Ministerio de Hacienda siempre se ha mostrado reacio a favorecer la desgravación fiscal –no sólo en tiempos de crisis– y prefiere resolver la necesidad de mayores ingresos a golpe de subida de IVA (del 8% al 21%, en el caso del cine; buen contraste con nuestro homólogo francés). El erario público, bien administrado, da para mucho. Y si no hay más remedio que recortar, facilitemos al menos que el dinero pueda venir por otras vías.

Mengua del dinero público, esperanza en el sector privado

Como recogen las dos gráficas adjuntas, el Fondo de Protección de la Cinematografía ha menguado sensiblemente en los últimos años, después de una marcada tendencia alcista a lo largo de la última década. En 2013 está presupuestado en 55 millones de euros y para el 2014 apenas sumará 48,2 millones de euros. Esto supone volver a las cifras del 2002. La segunda gráfica recoge el desglose de este Fondo, según datos del ICAA (disponibles hasta 2011). Como se aprecia, la variedad de áreas ha ido en aumento –de manera acorde con la evolución de la industria–. En cualquier caso, las partidas más cuantiosas son aquellas que tienen que ver con ayudas directas, sean a la producción o la amortización. En mi opinión, de igual modo a que se ha hecho un esfuerzo por no disminuir la ayuda al guión, debería hacerse otro tanto con las ayudas al desarrollo de proyectos. Si de las primeras depende en gran medida la calidad creativa de las historias, de las segundas depende la viabilidad comercial del proyecto.

Fuente: ICAA (2000-2011) y prensa (2012-2014)


Fuente: ICAA


         
   Este esfuerzo por disponer de una partida en los Presupuestos Generales del Estado debe combinarse con la mejora de las medidas que hagan atractiva la inyección de capital privado en la industria cinematográfica, tal y como defendía en el artículo anterior.

Luces y sombras
           
Retomo la cuestión central que nos ocupa (la calidad y sostenibilidad del cine español). Más que de verdades y mentiras, prefiero hablar de luces y sombras.

He vuelto a repasar una serie de artículos sobre el estado de la industria del cine en España publicados en este blog hace un año y modestamente pienso que, a la luz del nuevo debate abierto, siguen teniendo vigencia. Partiendo de unas cifras para la reflexión, aventuraba diez claves para el (presente y) futuro del cine español. Las enuncio de nuevo: 1) Producir menos películas y de mayor calidad; 2) Seguir apostando por reinventar nuestro cine, como venimos haciendo, para ganar al público de hoy día; 3) Confiar en los nuevos talentos de nuestro cine; 4) Consolidar la internacionalización, cada vez más notable; 5) Mantener el nivel de factura técnica y el nivel de calidad de nuestros profesionales; 6) Mayor inversión en desarrollo de proyectos y en distribución; 7) Mejorar los incentivos fiscales y desarrollar nuevas fórmulas (patrocinio, mecenazgo); 8) Seguir creando sinergias con las cadenas de televisión y promover otras nuevas con diferentes plataformas (Telefónica Studio); 9) Promover la ventana de internet; 10) Despolitizar nuestro cine.

Casi todos los puntos anteriores podrían considerarse signos positivos y esperanzadores. El cine español da muestras cada vez de una mayor calidad y recibe un mayor reconocimiento a nivel internacional, tanto en sus películas (premios en festivales y aumento de las ventas internacionales) como en sus profesionales (prestigio y competencia de nuestros talentos creativos y técnicos). A título de ejemplo, según publica la memoria anual de FAPAE, las ventas internacionales de cine aumentaron un 51,9% entre 2010 y 2011, y un 19,9% entre 2011 y 2012. Con independencia que esos porcentajes estén sujetos a unos pocos títulos, en un dato consistente. También ha mejorado notablemente la aceptación del público español (en estos años de crisis, ha descendido proporcionalmente menos el número de espectadores de cine español que el del cine extranjero).


  Sólo tres apartados indican campos de mejora. Por un lado, la necesidad de redimensionar nuestra industria. En este sentido, pocos comentarios autocríticos se han oído acerca del volumen de películas producidas anualmente hasta la fecha, muchas de las cuales ni siquiera han llegado a estrenarse. El término “cultura” no debería justificar el apoyo indiscriminado y debería ser compatible con un mínimo de sentido empresarial. De otra parte, como ya se ha comentado, la necesidad de apoyar los proyectos cinematográficos en su fase de desarrollo y en la distribución (en especial, en el ámbito internacional). Y, finalmente, como también se ha indicado, el fomento de mecanismos de atracción de capital privado (incentivos fiscales, mecenazgo, etc.).

Ojalá haya un mínimo de voluntad política y de sensatez profesional para establecer de una vez por todas una legislación en materia cinematográfica acorde con la de otros países europeos de nuestro entorno, que entienda el cine como una industria cultural de primer orden.

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